1. Toponimia
<<Irán>> es el término con el que la población autóctona de la zona se ha referido al territorio del actual Estado que lleva este nombre, y designa a la tierra de los <<arios>> (en persa antiguo, ariya, plural ariyanam), nombre colectivo de los pueblos de origen indoeuropeo que se asentaron a finales del segundo milenio o principios del I a.C. en la extensa región comprendida entre los ríos Éufrates y Ganges.
El término <<Persia>, de origen griego y utilizado sobre todo en Occidente, se refiere más específicamente a la región del suoeste del actual Irán conocida como Persis (Pars, Parsa), es decir, la actual provincia de Fars; proviene de de parsá, el nombre de las tribus que se asentaron más específicamente en este territorio. El hecho de que esta fuera la región originaria de dos de las dinastías gobernantes, la de los aqueménidas y la de los sasánidas, aposentó esta designación en Occidente para referirse a todo el Imperio.
Lut, en persa Dasht-e-Lust, situado en el suroeste de Irán; es una región que contiene una extensión de unos 80.000 km2, y se ha registrado la temperatura más alta del planeta, con 71º C, en una zona conocida como Gandom Beriyan (<<la Tostadora de Trigo>>, en persa), cuya superficie, de 480 km2, esta cubierta de lava volcánica negra que absorbe gran parte del calor solar en la zona.
2. Elam. El vecino mesopotámico
2.1 Período elamita antiguo (C. 2700 – C. 1500 a.C.)
La relación que se estableció desde muy pronto entre Mesopotamia y Elam se basó en el intercambio comercial de productos inexistentes en el territorio de los primeros, entre los que destacaban la madera, metales como el cobre, el plomo, el estaño o la plata, piedras de basalto, el mármol, la diorita, el ágata, el jaspe o el lapislázuli, o animales como los caballos. Esta necesidad provocó que la relación existente entre ambas regiones se transformara con el tiempo, alternándose el comercio y el enfrentamiento militar como medios a través de los cuales los estados mesopotámicos conseguían apoderarse de los productos y materias primas que tanto necesitaban y les permitía, a su vez, consolidar su hegemonía política en la zona.
La primera referencia histórica que poseemos de Elam nos la proporciona la Lista Real Sumeria, documento en donde aparece el listado de los reyes de Súmer y de otros estados mesopotámicos. Nos informa de que Enmebaragesi (c. 2700 a.C.), penúltimo rey de la primera dinastía de Kish, ciudad situada en el norte de la región de Babilonia, <<se apoderó como botín de las armas y de las tierras de Elam>>.
2.2 Período elamita medio (C. 1500 – C. 1100 a.C.)
Aparece la nueva dinastía elamita de los kidinuidas, que da inicio a la etapa historica del Período Elamita Medio.
La amenaza casita se incrementó durante el reinado en Babilonia del rey Kurigalzu II (1332 – 1308 a.C.), que invadió Elam y devastó la región de Susa. Poco después apareció una nueva dinastía, la de los igehálkidas, cuyo ascenso al poder se cree que se debió a un golpe de estado. Esta nueva dinastía tiene su origen en la ciudad de Deh-e-Now, un enclave situado a 20 km al este de Haft Tepe, en la actual provincia iraní de Lorestán.
Con la llegada al poder del rey Untash-Napirisha (1275 – 1240 a.C.) llega una auténtica edad dorada del reino de Elam, que llevó al menos una campaña militar contra Mesopotamia, aprovechando la debilidad de los reyes casitas, apoderándose de la estatua del dios Ommeriya, protector de la ciudad de Eshnuna, que se trasladó a Susa.
Existe una excavación del recinto funerario adjunto al sepulcro del rey Tepti-Ahar, en Haft Tepe. En la tumba se dispusieron catorce cuerpos con la cabeza orientada al norte, mientras otros nueve estaban dispuestos de forma desordenada a sus pies.
El último rey de la dinastía igehálkida, Kiten Hutran III (1235 – 1210 a.C.) también llevo a cabo varias campañas militares en tierras mesopotámicas. Después de un período de caos en el territorio de Elam, surgió una nueva dinastía, la de los shutrúkidas (1205 – 1100 a.C.), originada en la zona del sureste de Anshan.
2.3 Período neoelamita (C. 1000 – 539 a.C.)
Primero milenio antes de Cristo hasta la conquista de Babilonia y Mesopotamia, en el año 539 a.C., por parte del rey persa Ciro II.
En este periodo la hegemonía política y militar en la zona del Próximo Oriente estuvo en manos del Imperio asirio, lo que obligó a Elam y a Babilonia, enemigos históricos, a mantener una alianza constante para hacer frente a la nueva potencia.
Susa, fue un emplazamiento que estuvo habitado de forma casi ininterrumpida desde el año 4200 a.C. hasta la conquista mongola en el siglo XIII d.C.
El descubrimiento de la ciudad se produjo en el año 1850, durante las tareas de reconocimiento de la misión británica dirigida por el geólogo y arqueólogo William Loftus, encargada de establecer las fronteras en disputa entre los territorios otomano y persa.
3. La llegada de los creadores de imperios
Persépolis, construida por Dario I (522 – 486 a.C.), en el que fueron esculpidos los representantes de todas las naciones sometidas por los persas ofreciendo tributo al Gran Rey.
Poseían un gran número de jefes tribales que acabaron asentándose en diferentes regiones habitadas previamente por otros pueblos, entre ellos urartios, maneos, cadusios, hurritas o casitas. Los persas, por su parte, se acabaron estableciendo más al sur.
3.1 La dinastía meda
Para reconstruir la historia de los medos contaremos, a partir de este momento, con la ayuda de las fuentes griegas, y muy especialmente con Los nueve libros de la historia de Heródoto, historiador y geógrafo del siglo V a.C., conocido desde la Antigüedad como el <<padre de la historia>>. Heródoto recogió en su obra el pasado tanto de las ciudades-estado griegas como los reinos y ciudades del Asia, en la cual incluyó la historia de medos y persas. Por desgracia, la veracidad de los pasajes de Heródoto que tratan sobre la etapa inicial de la historia de los medos no es todo lo fiable que cabría esperar, por lo que tenemos que completar nuestro conocimiento sobre estos primeros años de la historia meda con la información proveniente de las fuentes asirias y babilonias.
Ciro I de Persia, lo que nos mostraría a un soberano aún independiente corriendo a mostrar su vasallaje y el de su pueblo ante los asirios.
Existe una tablilla de barro cocido escrita en caracteres cuneiformes. Contiene una parte de la crónica de Nabopolasar que relata la campaña medo-babilonia llevada a cabo contra los asirios. Época Neobabilonia (550 – 400 a.C.) en el Museo Británico.
La ciudad de Asur, fue capital <<espiritual>> asiria, en cuyas proximidades se encontraron las fuerzas medas y babilonias. Ambos enemigos de Asiria pactaron entonces una alianza entre ellos que fue sellada con el enlace matrimonial entre Amytis, hija de Ciaxares y Nabucodonosor, hijo de Nabopolasar.
Esta alianza permitió a medos y babilonios dar el golpe de gracia al poder asirio con la toma en el año 612 a.C. de su capital, Nínive, que cayó después de tres meses de asedio. La resistencia asiria perduró aún algunos años más, aunque no pudo hacer frente a la alianza entre medos y babilonios, que acabó definitivamente con ella en el año 605 a.C., tras la derrota asiria en Carquemís. Llegaba a su fin, así, uno de los imperios mesopotámicos que había regido durante siglos de historia del Próximo Oriente antiguo, y se creaba un nuevo equilibrio de fuerzas que perduraría hasta la creación del Imperio aqueménida por parte del persa Ciro II, y que incluía a cuatro poderosos estados en la zona: Egipto, Babilonia, Media y Lidia, reino este último situado en el este de la península anatólica.
El pacto matrimonial que, según algunos autores griegos, se llevó a cabo entre medos y persas y que consistió en el enlace entre Mandane, la jija de Astiages, con el rey persa Cambises I. Sea o no real esta alianza matrimonial entre Persia y Media, su mención presagia ya la intensa relación que en breve se produciría entre ambos reinos y que llevaría a la creación del Imperio aqueménida, un episodio que, como cualquier etapa fundacional, está enmarcado en halos de leyenda.
3.2 Estado, economía, sociedad y religión meda
Lo poco que se puede entrever de la sociedad irania, y por lo tanto de la meda, a su llegada a la zona de los montes Zagros, nos muestra a unas poblaciones que sin llegar a ser igualitarias poseerían en su seno pocas diferencias de riqueza. En ellas se distinguiría una incipiente aristocracia que guiaría al resto de la población, formada por una gran masa de hombres-guerreros libres que incluiría a pastores, agricultores, artesanos especializados y a un pequeño grupo que se encargaría de llevar a cabo las diversas prácticas y rituales religiosos en los que se basaba la religión meda, aunque no formaría, ni mucho menos, un clero organizado. También existirían esclavos entre los medos, obtenidos, básicamente, a través de los prisioneros o cautivos de guerra.
Por lo que respecta a su organización económica, sabemos que los pueblos iranios que se establecieron a inicios del primer milenio antes de Cristo, en la meseta irania y en la zona de los montes Zagros eran pueblos de pastores que se dedicaban a la cría de animales, principalmente de caballos, vacas, ovejas y camellos bactrianos (de dos jorobas), aunque practicaban también algún tipo de agricultura de carácter secundario y dominaban el arte de la metalurgia, especialmente la del hierro.
Tanto medos como persas poseían una mitología y unas divinidades derivadas del panteón indo-ario anterior del que procedían, que estaba constituido por dos grupos de dioses: los asura o ahura, que controlaban las fuerzas sociales, y los daevas, que dominaban, a su vez, las fuerzas de la naturaleza. Al mismo tiempo, las primeras eran divinidades benefactoras, mientras que los segundos eran dioses malignos. De esta forma, la religión irania constituía un sistema dualista que establecía un combate constante entre las fuerzas divinas, considerado como una lucha entre el bien y el mal.
Entre los ahura o divinidades benefactoras predominantes durante esta época destacaban Ahura Maza, Mitra y Varuna, dioses que conservaban los principios del orden, la verdad y la justicia. Por otra parte, entre los daevas o divinidades de la naturaleza podemos mencionar a Atar, dios del fuego. Los antiguos rituales religiosos iranios se realizaban en espacios al aire libre o alrededor de una hoguera.
4. La Persia aqueménida
Los persas estaban gobernados por el rey Teispes, hijo de Aquemenes, el fundador legendario de la dinastía aqueménida. Su sucesor, Ciro I, abandonó la tradicional colaboración persa con el rey de Elam y buscó una nueva relación de dependencia con Asiria, en ese momento la primera potencia en el Próximo Oriente.
A Cambises le sucedió su hijo Ciro II el Grande (c. 559 – 530 a.C.), el rey que creo las bases del Imperio aqueménida y que con el tiempo se impuso a todos los grandes estados próximo-orientales, entre los que se incluían la poderosa Media, Babilonia y Lidia.
Ciro II creó un imperio que se extendió desde el Mediterráneo al rio Indo.
La batalla definitiva se produjo cerca de Pasargada, donde Ciro II venció definitivamente a las tropas medas. Después tomó Ecbatana, ciudad en la que se había refugiado Astiages, al que hizo prisionero y en la que se apoderó del tesoro real medo.
Deseoso de presentarse como el sucesor de la monarquía meda, Ciro II se casó con Amitis, la hija de Astiages, y convirtió la ciudad de Ecbatana en una de las capitales de su nuevo Estado, que heredaba todos los dominios sometidos por los medos.
Uno de los hechos que más fama ha proporcionado en la posteridad a Ciro II el Grande fue, sin duda alguna, la política que desarrolló en relación con los judíos una vez conquistada Babilonia, ya que ordenó el regreso de los exiliados judíos a Jerusalén, cautivos en aquella ciudad desde su derrota ante el monarca Nabucodonosor II, y les permitió reconstruir su templo, que había sido destruido junto a su ciudad en el año 587 a.C.
Durante el reinado de Ciro II el Grande, en el año 547 a.C., se inició la construcción de Pasargada, la primera gran capital de la historia persa situada en el norte de la actual provincia irania de Fars. La nueva capital se convirtió en un centro residencial y administrativo de primer orden, aunque la posterior construcción de Persépolis por parte de Dario I relegó a Pasargada a una función ceremonial que mantuvo, eso sí, hasta los últimos días del dominio aqueménida.
La antigüa capital de Pasargada posee una de las tumbas más famosas de la historia del Imperio persa, donde fue enterrado su fundador, Ciro II.
Los persas se apoderaran tanto de la isla de Chipre como de la región de Fenicia, territorios próximos y bien comunicados por mar y por tierra con Egipto. Estas dos conquistas permitieron, además, crear la primera flota naval persa, elemento esencial para el asalto a las tierras del Nilo.
4.1 Persépolis
La nueva capital, Persépolis (en griego, <<ciudad de los persas>>), se convertiría en un símbolo y en una clara muestra del poder de la monarquía aqueménida y de la extensión de su imperio. La ciudad se comenzó a construir en el año 515 a.C. y se situó en el territorio ocupado por las tribus persas, en la actual provincia de Fars, a 70 km al noroeste de la actual ciudad de Shiraz. Los edificios de Persépolis están construidos sobre una terraza formada por grandes bloques de piedra. La gran escalinata permitía el paso a la Puerta de todas las naciones, acceso protegido por figuras gigantes en forma de toros y hombres-toro. Persépolis se convierte en uno de los centros de poder persa mejor conservados, en el cual, además de decidirse el futuro del imperio se llevarían a cabo grandes festividades y rituales tanto religiosos como políticos.
4.2 El enfrentamiento contra los griegos. Las Guerras Médicas
Bajo las riendas de Darío I el Imperio persa había alcanzado su máxima extensión, hecho que lo aproximaba cada vez de una forma más intimidatoria al territorio habitado por los helenos. Las ciudades griegas de Asia Menor habían sido sometidas por los persas ya en época de Ciro II el Grande, y sólo las islas del Egeo y la Grecia continental escapaban a su dominio.
Darío inició nuevos preparativos militares en Occidente que tenían el objetivo de consolidar el poderío persa no tan sólo en Asia Menor, sino también en el Egeo, obtener la seguridad de sus fronteras, hecho que los acontecimientos de los últimos años había puesto en entredicho, y tomar represalias contra las ciudades de Atenas, Eritrea y Naxos, las dos primeras debido al apoyo prestado a la rebelión jonia.
De esta forma se dieron comienzo las llamadas Guerras Médicas, el enfrentamiento militar entre persas y griegos en el que los estados helenos, liderados por Atenas y Esparta, desafiaron al todopoderoso Imperio persa de Darío I y su hijo Jerjes I. Un nombre, por cierto, el de Guerras Médicas, que sería incorrecto, y que se debe a un antiguo malentendido por parte de los propios griegos que consideraban incorrectamente a medos y persas como el mismo pueblo. Por esta razón sería más correcto llamarlas Guerras Persas.
La flota persa zarpó desde la isla de Samos en el año 490 a.C. y tomo Naxos, población que incendió, destruyendo sus templos y haciendo prisioneros a sus habitantes. Tras la toma de Naxos, la flota siguió su avance de isla en la isla a través de Delos, ciudad que fue respetada gracias a la fama de su santuario, siguiendo las órdenes del propio Darío, y Eubea, donde se tomaron las ciudades de Caristos y Eritrea, esta última tras seis días de asedio.
El siguiente objetivo de la campaña persa fue la ciudad de Atenas, lugar donde hacía pocos años se había instaurado un novedoso sistema político democrático, que llevaría en poco tiempo a la polis griega a convertirse en una de las ciudades más importantes de toda Grecia.
Los persas, asesorados por Hipias, el último tirado de Atenas expulsado de allí en el año 510, desembarcaron sus tropas en la llanura de Maratón, el mejor lugar donde podía maniobrar su cuerpo de caballería. Los atenienses atravesaron la llanura del Ática para enfrentarse a los invasores persas apostados en Maratón, y tras aguardar ambos ejércitos varios días uno al frente del otro, se inició, en agosto o septiembre del año 490 a.C., la batalla que acabó con la derrota persa, cuyas tropas abacaron huyendo y embarcándose de forma desordenada en sus naves amarradas en la orilla. Según Heródoto murieron 6400 soldados persas y sólo 192 hoplitas griegos. Los restos de la flota persa intentaron un nuevo ataque desde el mar contra la indefensa ciudad de Atenas, aunque la veloz marcha de regreso de los soldados atenienses a su ciudad impidió el nuevo ataque, tras lo cual los persas desistieron definitivamente.
La derrota persa dejó bien claro que la conquista del territorio griego requería una operación militar más contundente, por lo que Darío I inició pronto los preparativos para una nueva campaña, aunque sus planes tuvieron que ser propuestos debido al estallido, en el año 486 a.C., de una rebelión en Egipto. El monarca persa no dispuso de demasiado tiempo para reaccionar ante este nuevo infortunio.
Como nota curiosa, en la Necrópolis real persa de Naqsh-e Rostam, se encuentran enterrados cuatro de los monarcas aqueménidas, y que siguen un modelo cruciforme en sus sepulturas sobre la tumba de Darío I.
La nueva campaña griega de Jerjes I sería muy diferente a la llevada a cabo por su padre. esta vez sería el propio rey quien la dirigiría en persona, y la magnitud de sus efectivos dejaba claro que no era una simple campñana de castigo, sino el inicio de la conquista del territorio griego. Según Heródoto, el ejército persa, al llegar al paso de las Termópilas, contaba con una flota de 1207 barcos de guerra con una tripulación propia de 227.610 soldados, 240.000 hombres en los barcos de transporte, 1.700.000 soldados de infantería, 80.000 jinetes a caballo, 20.000 jinetes árabes con camellos, y libios que acudían en sus carros de guerra, más de 300.000 soldados reclutados en Europa (un total de 2.617.610 hombres), a los que se tendría que sumar, según el autor griego, un número equivalente de sirvientes, todo tipo de seguidores, eunucos, criados, cocineros, las mujeres de los soldados y otros obreros, lo que vendría a sumar más de cinco millones de personas en movimiento en el ejército de Jerjes, sin duda algunas cifras abultadas y artificialmente exageradas con el único objetivo de magnificar la posterior victoria griega. Los especialistas han debatido con ganas este asunto, proporcionando cifras mucho más reales que irían desde uno 50.000 hombres a un máximo de 250.000.
Los griegos habían tenido tiempo para organizar la defensa, en parte común, frente a la amenaza persa con la creación de una liga helénica que agrupaba a una treintena de miembros liderados por las ciudades de Esparta y Atenas. Se condeció el mando del ejército y de la armada helena a los espartanos.
Los persas llegaron pronto a Atenas, a principios de septiembre, y saquearon la ciudad y la acrópolis, donde se habían parapetado los últimos defensores atenienses. El avance del ejército de tierra aqueménida hasta la misma entrada del Peloponeso y con la derrota, a finales de septiembre, de la flota persa en la batalla de Salamina, en la cual los griegos, inferiores en número.
Durante el verano del año 479 a.C., los persas volvieron a avanzar sobre Grecia, pero esta vez hallaron el ejército griego, liderado de nuevo por atenienses y espartanos, apostado en las proximidades de la ciudad de Platea. La muerte del general persa Mardonio y la retirada de los restos del ejército enemigo, que poco más tarde regresaba, también, a Asia Menor. La batalla de Platea se convirtió así en la definitiva victoria de la Hélade sobre la amenaza persa, en un símbolo de la libertad griega y en el inicio del poderío de los griegos sobre el Egeo y Asia Menor.
Griegos y persas volvieron a enfrentarse en el otoño del año 479 a.C. en la batalla de Micala, cerca de la ciudad de Priene, en la que volvieron a salir vencedores los helenos, hito que provocó el inicio de una segunda rebelión jonia en Asia Menor en contra del dominio aqueménida, que comenzaba a tambalearse después de años de sometimiento.
Las cosas no mejoraban para los persas, del año 479 a.C., de una rebelión en Babilonia, el centro neurálgico del imperio. Jerjes I, cogió entre dos frentes,, optó entonces por dirigirse hacia Babilonia, donde tomó la capital en octubre del mismo año, no sin dejar trops en Asia Menor para hacer frente a la ofensiva griega. En el 476 a.C., Jerjes fue víctima de un complot en el cual murió. Con su fallecimiento se cerraba una etapa en la historia aqueménida.
4.3 El imperio persa en los siglos V y IV a.C. de Artajerjes I a Darío III
Jerjes I le sucedió su hijo menor Arsaces, que tomó el nombre real de Artajerejes I. El nuevo rey pronto tuvo que hacer frente a la rebelión de un nuevo aspirante al trono, también llamado Artabano, esta vez el sátrapa de la provincia Bactria. La rebelión finalizó con la victoria de Artajerjes que alzaba al joven rey con su primer triunfo.
Una de las primeras medidas que tomó Artajerjes I, y que eran habituales tras la ascensión de un nuevo monarca al trono, fue la confirmación en su cargo de los diferentes sátrapas y la consiguiente destitución de aquellos en los que no tenia plena confianza. Una nueva revuelta en el año 464 a.C. con el objetivo de liberarse del dominio persa. Fue así como un tal Inaro, de origen libio, fue proclamado faraón, tras lo cual se expulsó a los recaudadores de impuestos persas. Inaro negoció una alianza con la ciudad de Atenas por la que, a cambio de ayuda militar, Inaro les concedía apreciables beneficios económicos. Confirmado este pacto, Atenas envió, en el año 460 a.C., una flota de 200 barcos en ayuda a Egipto.
El golpe definitivo a la rebelión egipcia se obtuvo al conseguir varar parte de la flota griega desviando el curso de uno de los canales de agua del río Nilo. Inaro fue capturado más tarde y enviado a Persia, donde murió crucificado. Las negociaciones llevaron a la finalización de un conflicto que pesaba demasiado, tanto sobre los recursos persas como sobre los de la Liga de Delos. Fue así, como en el año 449 a.C. se firmó la llamada Paz de Calias entre persas y atenienses.
Las cláusulas de este tratado prohibía el avance de los barcos persas más allá de las costas de Licia en el sur y el Bósforo en el norte. Los atenienses abandonaban la idea de intervenir en territorio persa, hecho que incluía a Egipto y Chipre.
Pocos años más tarde, los atenienses volvieron a inmiscuirse en los asuntos persas apoyando el alzamiento en Caria de Amorgos.
La diplomacia persa se decantó esta vez por Esparta que desde el año 431 a.C. se enfrentaba al poderío ateniense en la Guerra del Peloponeso. Así, los persas iniciaron conversaciones para concluir un tratado de paz con los espartanos y reclamaron el dominio sobre Asia Menor y los tributos debidos por las ciudades griegas de la zona.
Las negociaciones llevaron a Esparta a firmar un primer tratado con el gran rey persa en el año 412 a.C., que sería seguido en breve por dos acuerdos más, con los que se aliaba a los persas en la guerra contra Atenas. De esta forma, Esparta reconocía los derechos persas sobre las ciudades de Asia Menor, mientras que Persia prometía apoyo militar y económico en la guerra que aquella disputaba contra Atenas.
Con la llegada a Asia Menor, en el año 407 a.C., del príncipe Ciro, hijo de Darío II, nombrado comandante supremo de las fuerzas persas en Anatolia, con el objetivo de poner orden en la zona y de ayudar a los espartanos a derrotar definitivamente a Atenas. La colaboración entre Ciro y Lisandro, el almirante de la flota espartana, permitió dar el golpe definitivo a la resistencia ateniense.
Artajerjes II intentó recuperar y pacificar las provincias anatólicas y volver a situar a las ciudades griegas de la zona bajo dominio persa, hecho que motivó que aquellas solicitaran ayuda a Esparta, la potencia griega hegemónica del momento. Esta situación obligó a los espartanos a enviar, en el año 399 a.C., un pequeño ejército a Asia Menor, al que pronto se sumaron los supervivientes griegos del ejército ciriano, hecho que supuso la renovación de la guerra entre Esparta y Persia.
La superioridad en el combate en tierra de la infantería griega y la desunción de nuevo de los sátrapas occidentales obligaron a los persas a llevar la guerra al mar.
En el año 387 a.C. con el establecimiento de la Paz del Rey o Paz de Antálcidas, como la conocían los griegos debido al nombre del representante espartano que negoció las clausulas de este tratado con los persas. El acuerdo fue firmado entre Artajerjes II y los estados helenos y ratificado en un congreso de paz reunido en la ciudad de Sardes al que acudieron los emisarios de todos los estados en liza. Más tarde, la paz ofrecida por el rey fue aceptada por los griegos en un congreso reunido en España que declaró una paz general y en la que, desde una posición de fuerza, Artajerjes impuso sus condiciones: el dominio persa sobre las ciudades de Asia Menor y las islas de Clazómenes y Chipre y la libertad de las demás ciudades griegas, excepto Lemnos, Imbros y Esciros, que pertenecían a los atenienses. El poderío persa sería, además, el que se encargaría de mantener las cláusulas de este acuerdo.
Con la paz del año 387 a.C., Persia conseguía, gracias al desgaste sufrido por los estados helenos tras años de guerras y conflictos, una posición de arbitraje sobre ellos, consolidando su posición en Asia Menor.
El acceso al trono de Artajerjes III iba a poner fin a la etapa de debilidad e incertidumbre política que había demostrado Persia en los territorios más occidentales de su imperio durante los últimos años. El nuevo rey se hizo cargo pronto de la rebelión egipcia, que perduraba en ese territorio desde hacia ya más de cuarenta años, y de la restauración del poder persa en Asia Menor.
Con ese objetivo, una de las primeras medidas que tomó Artajerjes fue la de ordenar a todos sus sátrapas desmantelar sus ejércitos de mercenarios, ya que además de no garantizar la tranquilidad de los territorios occidentales, dotaban a los gobernadores provinciales con las fuerzas necesarias para rebelarse contra el poder real.
Una vez consolidado el poder real en Asia Menor, Artajerjes III tuvo las manos libres para acabar con la rebelión de Egipto.
Aunque parecía que los peores fantasmas de la historia de Persia se repetían de nuevo, la energía de Artajerjes y su voluntad de solucionar de una vez por todas la situación de continua rebeldía en el occidente del imperio le obligaron a ponerse al frente de su ejército con el que consiguió recuperar la ciudad de Sidón y restablecer la autoridad persa en Chipre. Después de más de 60 años de rebelión e independencia política Egipto volvía a estar bajo poder persa.
4.4 Hacia el ocaso de un imperio. Las conquistas de Alejandro Magno
La hegemonía y el dominio político que los estados griegos habían sido incapaces de imponer sería finalmente alcanzada gracias a la intervención de una potencia extranjera, en este caso de Macedonia.
Filipo agrupó al os estados griegos en la Liga de Corinto, sobre la que el monarca disponía de un poder indiscutido. De esta forma, en pocos años, Macedonia pasaba de ser un estado residual a convertirse en la potencia militar que dominaba el panorama político en el Mediterráneo oriental europeo.
En Macedonia, Filipo II fue sucedido por su hijo, Alejandro III (336 – 323 a.C.), al que los historiadores pondrían el sobrenombre de Magno.
El primer enfrentamiento militar entre las tropas de Alejandro Magno y las fuerzas persas se produjo en el año 334 a.C. a orillas del río Gránico, en la región noroccidental de la actual Turquía, donde las huestes macedonias vencieron.
Tras su avance por esta región llegó la hora del enfrentamiento entre los ejércitos de Alejandro Magno y Darío III, que chocaron en Isos en noviembre del año 333 a.C. La batalla que puso frente a frente a los dos monarcas se saldó, de nuevo, con la victoria de Alejandro que vio cómo la confusión y el nerviosismo desconcertaban no sólo al ejército persa, sino también al propio rey, dándose este a la fuga.
La muerte de Darío III ponía así punto y final a más de 200 años de historia del Imperio persa aqueménida.
4.5 Organización y admintración del reino persa. Sociedad, religión y economía aqueménida.
La monarquía aqueménida era de carácter absoluto ya que el rey constituía el máximo poder político, judicial y militar.
Uno de los elementos que diferenciaba al monarca persa de sus predecesores próximo-orientales o egipcios era el hecho de que no se le consideraba un rey-dios, sino tan sólo un representante en la tierra de Ahura Mazda.
Durante este período, el poder siempre se mantuvo en manos de una sola familia, la de los aqueménidas, de la que provenía Ciro II.
El monarca persa estaba obligado a demostrar varias virtudes propias de un buen soberano, como una conducta conforme a la moral, su disposición en contra del mal, la defensa de la verdad, engendrar descendencia y demostrar su valía militar en el campo de batalla.
Bajo el monarca y su familia se situaba la nobleza, fuertemente jerarquizada, formada por los miembros varones de las familias de origen persa más importantes. Los miembros de la nobleza actuaban, además, como consejeros del rey.
El monarca y su corte habitaban, según el período del año, en alguna de las diversas capitales reales, entre las que estaban Persépolis, Pasargada, Ecbatana, Susa y Babilonia.
Según Heródoto, fue el rey Darío I quien afianzó el sistema de gobierno provincial basado en las satrapías al dividir el imperio en veinte provincias a las cuales impuso el pago de tributos.
El gobernador o sátrapa era nombrado por el monarca persa y era su representante en la provincia. Se le dotaba de unas órdenes muy específicas para su administración. Sus funciones incluían el mantenimiento del orden en la provincia y la expansión y consolidación del poder persa, para lo que disponía de fuerzas militares y guarniciones, parte de las cuales eran reclutadas en la misma provincia.
La mayoría de los sátrapas eran de origen persa, sobre todo a partir del reinado de Darío I. El rey acostumbraba a nombrar como gobernadores provinciales a miembros de su familia, principalmente a hermanos, primos, sobrinos y yernos. A veces se podían llegar a crear auténticas satrapías de carácter hereditario, aunque su continuidad en el tiempo dependía siempre de la voluntad real.
Por el contrario, los cargos en la administración provincial, a excepción del sátrapa, estuvieron siempre abiertos al acceso de la población no persa, lo que permitió a las élites locales comprometerse en la administración del imperio. Estos cargos incluían a miembros de la cancillería provincial, jueces, informadores del rey en la provincia o a gobernadores de territorios más reducidos.
Los extensos dominios del Imperio aqueménida estaban comunicados a través de una amplia red de carreteras que unía las provincias con Persia y los diferentes territorios entre sí. La magnitud de esta red de comunicaciones que sorprendió a los autores griegos y romanos permitía al poder del monarca hacerse efectivo en cualquier lugar del imperio y reunir a movilizar grandes ejércitos a través de ella.
Las diferentes capitales reales: Persépolis, Pasargada, Susa, Ecbatana y Babilonia estaban comunicadas a través de carreteras principales.
Las carreteras persas disponían de estaciones de paso que estaban encargadas de proveer suministros a los viajantes autorizados (miembros de la casa real, mensajeros, escoltas, trabajadores…).
Aunque no podemos llegar a saber la magnitud de los ingresos anuales recaudados por el rey persa, poseemos un dato curioso acerca de ellos. Tras la conquista del Imperio aqueménida por Alejandro Magno durante los años treinta del siglo IV a.C., cayeron en sus manos tras ocupar y saquear los palacios y los centros de administración persas unos 180.000 talentos de plata, o lo que es lo mismo, 4680 toneladas de plata, y 468 talentos de oro, una cantidad no igualada jamás en la historia.
Darío I fue el primer rey persa que acuñó monedas de oro y plata. Las primeras fueron conocidas por los griegos como dáricos o arqueros, debido a que en ellas aparecía la imagen del rey empuñando un arco.
Durante el reinado de Darío I, el dios Ahura Mazda se convirtió en la principal divinidad venerada por la dinastía aqueménida. De esta forma el monarca persa era considerado el representante de este dios en la tierra para luchar contra la mentira y contra aquellos que actuaban de manera inmoral. Junto a Ahura Mazda existían también una gran diversidad de dioses entre los que destacaron Mitra, el dios sol o Anahita, la diosa del agua y de la fertilidad.
Fue, por otra parte, en época aqueménida cuando el zoroastrianismo se consolidó como la religión dominante en el imperio persa.
5. Partia, la creación de un nuevo imperio
5.1 La lucha entre los sucesores de Alejandro. Los seléucidas (305 – 205 a.C.)
La brillante carrera militar de Alejandro finalizó, sin embargo, con su fallecimiento debido a unas fiebres en el año 323 a.C. en la ciudad de Babilonia, una muerte que abrió un período de incertidumbre política en Oriente.
La inexistencia de una verdadera autoridad real dio pronto inicio a un enfrentamiento generalizado entre todos aquellos que aspiraban al poder, época que se conoce como la de las Guerras de los Diádocos o Sucesores (323 – 276 a.C.), que cubre el período que se extiende desde la muerte de Alejandro Magno hasta la constitución de los diversos reinos helenísticos. Estableciendo tres grandes reinos que se dividieron el territorio conquistado por Alejandro Magno: Egipto, dominado por la dinastía ptolemaica; Macedonia, regida por los antgónidas; y Asia, gobernada por los seléucidas.
La aparición en la historia del pueblo de los parnos, que sería conocido en adelante con el nombre de partos, al adoptar la denominación del territorio que primero ocuparon y que constituiría la base de su futuro imperio, que tomaría el relevo del poderío aqueménida. Arsaces I (247-217/214 a.C.) daría, además, nombre al linaje real parto que recibiría, de esta forma, la denominación de dinastía arsácida.
Tras la muerte de Arsaces I en el año 217 o en el 214 a.C., ascendió al trono parto su sobrino Arsaces II (217/214-191 a.C.). No se produjeron más intentos por parte de los reyes seléucidas por recuperar los territorios orientales hasta la llegada al poder de Antíoco III el Grande (223-187 a.C.), en un momento en el que parecía que, después de poco más de 100 años de existencia, el reino sirio estaba si no a punto de desaparecer, sí al menos de dejar de ser la potencia hegemónica en Asia.
5.2 La consolidación del poder de los reyes arsácidas
El enfrentamiento entre Roma y Antíoco III se inició en el año 192 a.C. y llevó a la derrota seléucida en la batalla de Magnesia dos años más tarde, al ser las tropas sirias superadas por las firmes y disciplinadas legiones romanas.
El rey arsácida, que veía como su aplastante victoria se tomaba en una amenaza aún mayor, optó, en el año 128 a.C., por alistar en su ejército a las tropas sirias capturadas de Antíoco VII para enfrentarse a los saqueadores. Una solución que probaría ser desastrosa, pues aquellos no desaprovecharon la oportunidad de pasarse al bando contrario al ver como las fuerzas enemigas arrollaban a los partos, que fueron finalmente derrotados junto a su rey, Fraates II, que murió en la batalla.
El durarero y encarnizado conflicto que enfrentó a seléucidas y arsácidas desde la segunda mitad del siglo III a.C. no impidió, ni mucho menos, que se establecieran en determinados momentos estrechas relaciones entre ambas monarquías.
Durante el reinado de Mitrídates II se produjeron los primeros contactos diplomáticos entre China y Partia, como consecuencia del envío por parte del emperador chino Wu de la dinastía Han de una misión liderada por el explorador Zhang Qian. A su vuelta a la corte china en el año 126 a.C., Zhang presentó al emperador información, entre otros, del reino de los partos. Poco después, en el año 121 a.C., el emperador Wu envió una nueva embajada oficial al rey de los partos con la intención de establecer una relación estable entre ambos estados. Este feliz encuentro fue el que dio inicio a la ruta terrestre de intercambio comercial entre China, Asia Central y la meseta irania, que adoptaría con el tiempo el conocido nombre de la Ruta de la Seda.
Matrídates II fuera este rey el que se apropió de nuevo del título persa de rey de reyes, hecho que evidenciaba no tan solo la consolidación política del reino parto sino también la voluntad de sus monarcas de presentarse como herederos del imperio de los aqueménidas.
5.3 La llegada de Roma. El origen del conflicto Romano-Parto
La continua expansión experimentada por la República romana a partir de finales del siglo III a.C. había llevado a la capital del Lacio a extender su dominio por los territorios del Oriente mediterráneo. Uno de los estados que más enérgicamente se opuso al avance de Roma en esta zona fue el reino del Ponto, situado en el noreste de la península Anatólica, que en la persona de su rey Mitrídates VI Eupátor (120-63 a.C.), había alcanzado su máximo apogeo.
El primer enfrentamiento entre Roma y Mitrídates VI del Ponto se produjo entre los años 90 y 85 a.C. con la llamada Primera Guerra Mitridática, a la que siguió una segunda entre los años 83 y 82 a.C., aunque no fue hasta la Tercera Guerra Mitridática, disputada entre los años 73 y 63 a.C., cuando la tensión entre Roma y el reino parto se hizo manifiesta.
La invasión de territorio romano por parte de Mitrídates VI en el año 74 o el 73 a.C. dio inicio a las hostilidades. La contraofensiva romana, dirigida por los generales Licinio Lúculo y Aurelio Cota, no solo rechazó al ejército invasor sino que permitió a las tropas romanas avanzar sobre territorio póntico, hecho que obligó a Mitrídates a refugiarse en el reino de Armenia, en el cual gobernaba su aliado el rey Tigranes II (95-55 a.C.).
La negativa del rey Tigranes II de entregar a Mitrídates VI al general romano obligó a Lúculo a invadir, también, en el año 69 a.C., el reino de armenia, tras lo cual los dos reyes asiáticos buscaron apoyo del soberano parto Fraates III. Lúculo no perdió tampoco el tiempo y envió en el mismo año 69 a.C. una embajada al monarca arsácida en la que también planteaba al gran rey una alianza y le exigía la definición de su posición en el conflicto. Fraates III optó, sin embargo, por mantener una posición neutral en un enfrentamiento en el que poco era lo que podía ganar.
Pompeyo firmaba la defunción del sistema de reinos herederos del imperio de Alejandro y confirmaba el afianzamiento definitivo de un nuevo poder en Oriente, el romano, que tomaría en el futuro el relevo de los reyes seléucidas en el enfrentamiento contra el Imperio parto.
El origen nómada de los partos había hecho evolucionar sus técnicas militares desde principios totalmente diferentes a los propios del occidente griego y romano. La importancia entre aquellos del caballo y del uso del arco había llevado al ejército parto a basarse en estos elementos en su estrategia militar. Por esta razón sus unidades militares estaban constituidas por contingentes de caballería pesada o catafractaria (del griego hippeis de kataphraktoi, o jinetes totalmente cubiertos). El arma principal de estas unidades era la lanza e iban protegidos, además, con casco y armadura de escamas o láminas de metal, protección que cubría también parte de sus monturas.
A su lado, y de forma complementaria, los partos también disponían de una caballería ligera de arqueros a caballo, los cuales disponían de armamento ligero y llevaban poca o ninguna protección, a excepción de un escudo ovalado. Si bien su arma más mortífera era el arco compuesto de origen asiático, cuya fabricación permitía lanzar flechas con mayor impulso. Cada arquero a caballo disponía de su carcaj o aljaba, que podía contener alrededor de 30 proyectiles.
La estrategia militar parta era tan simple como arrolladora y combinaba el ataque ofensivo con la movilidad y agilidad de sus jinetes. En el ataque parto primero actuaban los contingentes de arqueros o caballo, que en su acometida a distancia y gracias a la potencia de sus flechas debilitaban las líneas enemigas. Tras la actuación de la caballería ligera se iniciaba la carga de la caballería pesada de lanceros catafractos, los cuales arremetían contra los sectores más dañados durante el ataque previo. Esta combinación de ataques podía repetirse en diversas ocasiones, hasta que la resistencia y la moral del enemigo permitieran la victoria parta.
A esta táctica de ataque se sumaba la de la falsa retirada, en la cual la caballería ligera simulaba iniciar la huida con el objetivo de que el enemigo, engañado, rompiera sus filas para iniciar la persecución, hecho que era respondido por los arqueros a caballo dando media vuelta e iniciando de nuevo el lanzamiento de flechas contra las tropas enemigas, ahora sí, desorganizadas.
La derrota romana en Carras no se debió tan sólo al desconocimiento por parte de los generales romanos de las tácticas y estrategias de combate arsácidas, sino también, y en gran medida, a la capacidad de organización y de logística militar parta.
La aniquilación de gran parte del ejército romano requirió el lanzamiento de una continua lluvia de flechas que los arqueros a caballo partos ejecutaron desde la distancia. Si cada jinete arsácida podía lanzar una media de entre ocho y diez flechas por minuto y se ha calculado que fueron necesarios unos veinte minutos de ataque arrojadizo para vencer la resistencia del ejército de Craso, se ha supuesto que en esta primera acometida los 10.000 arqueros a caballo partos lanzaron entre 1.6 y 2 millones de flechas.
Para asegurar el abastecimiento de esta gran cantidad de armamento en el campo de batalla, el general parto Surena organizó una enorme caravana de camellos, alrededor de mil según las fuentes, que suministró los mortales proyectiles a los arqueros arsácidas.
Surena, fue ejecutado poco después de su gran victoria contra los romanos, debido a los recelos y envidias que había suscitado su éxito.
La enérgica contraofensiva romana dejaba claro que tras la sorpresa inicial y la humillación de la derrota de Carras los romanos habían aprendido la lección y habían adaptado sus propias tácticas de ataque para poder vencer a las tropas enemigas y recuperar así el territorio perdido en Oriente.
Tras la muerte de Pacoro, su padre, el rey Orodes II falleció debido a su avanzada edad y a la pena por el fallecimiento del joven príncipe, no sin antes haber nombrado sucesor a otro de sus hijos, llamado Fraates. Por el contrario, Justino asegura que, una vez nombrado sucesor Fraates asesinó a su propio padre, ya que este tardaba demasiado en cederle la corona. Plutarco, historiador griego que vivió entre los siglos I y II d.C., es aún más descriptivo y nos informa de que Fraates intentó envenenar a su padre, pero que como los efectos del veneno no se hacían patentes, decidió acabar la tarea con sus propias manos.
La crueldad de Fraates IV no acabó aquí, ya que para asegurarse el trono recién conseguido, el nuevo monarca arsácida no dudó en asesinar a sus treinta hermanos, a lo que se sumó también la muerte de su propio hijo, una actuación que indudablemente le liberaba de futuros aspirantes al trono.
La dura represión política iniciada por el rey arsácida Fraates IV contra los representantes de la nobleza parta proporcionó a Marco Antonio una ocasión idónea para poner en marcha una nueva expedición, para lo cual reunió un enorme ejército compuesto por una fuerza de 100.000 hombres.
El rey Fraates IV reunión un ejército de 50.000 soldados de caballería con el que atacó al ejército romano en un momento en el que sus tropas estaban divididas, consiguiendo acabar con la vida de 10.000 hombres, destruir los ingenios de asedio y el convoy de abastecimiento enemigo. Sin su maquinaria de asalto y tras el abandono del rey armenio, Marco Antonio no pudo finalizar con éxito el asedio de Fraarta. El hambre, las enfermedades y el continuo hostigamiento de las tropas partas hicieron mella en la moral de las fuerzas romanas, por lo que Marco Antonio decidió abandonar el asedio de Fraarta e iniciar la retirada. La campaña de Marco Antonio acabó con la muerte de 32.000 soldados romanos, lo que suponía un nuevo golpe al prestigio militar de Roma en la zona.
La nueva guerra civil que había estallado en Roma entre Octavio y Marco Antonio acabó finalmente con la victoria del primer en la batalla naval de Actium en el año 31 a.C. seguida, poco después, por la muerte del propio Marco Antonio. Este hecho permitió a Octavio, que recibiría pronto el título de Augusto, reunió en su persona todo el poder del Estado romano, con lo que dio inicio la nueva fase de la historia romana conocida como el Imperio.
La paz se consiguió en el año 20 a.C., por la cual Fraates IV se obligaba a restituir las insignias capturadas a las legiones romanas, además de entregar a todos los prisioneros romanos en su poder aún con vida. Para Fraates IV el acuerdo representó la seguridad de obtener una pronta estabilización en la zona occidental de su imperio.
El acuerdo de paz alcanzado entre ambos mandatarios traería consigo consecuencias políticas mucho mayores e imprevistas de lo esperado. Augusto había ofrecido como regalo a Fraates la posesión de una esclava llamada Thea Musa. Los múltiples atractivos y encantos de esta la hicieron convertirse en su favorita. De ella, Fraates tuvo un hijo llamado Fraataces que en breve se convirtió en un claro pretendiente al trono.
La pretensión de Musa de que su hijo heredase la corona arsácida la llevó a convencer al rey parto de que enviase a sus otros hijos varones a Roma, lo que le dejaría el camino libre al trono a Fraataces. Convencido de ello, el rey parto acordó con el gobernador de la provincia romana de Siria el envío a Roma de sus cuatro hijos, junto a sus mujeres e hijos.
Fraates IV murió en el año 2 a.C., posiblemente envenenado por la propia Musa o por su hijo Fraataces, cuya irregular ascensión al trono arsácida con el nombre de Fraates V (2 a.C. – 2 d.C.) dio inicio a un período de conflictos políticos internos en Partia.
La coronación del nuevo rey fue seguida por la unión matrimonial entre Fraates V y su madre, Musa, enlace incestuoso que provocó el rechazo de una gran parte de sus súbditos que no esperaron demasiado para sublevarse contra el monarca parto al que, en el año 2 d.C., expulsaron del trono, lo que le obligó a huir a Siria, donde murió poco después.
Un inciso sobre el nombre de Iberia, fue una designación dada por los griegos no sólo a los territorios de la Península Ibérica, sino también a otra región situada en el extremo opuesto de Europa, conocida como Iberia caucásica, que en la actualidad forma parte del estado de Georgia. Como curiosidad histórica cabe destacar que la similitud en la denominación entre los iberos orientales y los occidentales llevó, según el escritor y monje georgiano del siglo XI Giorgi Mthatzmindeli, también conocido como Jorge del Monte Athos, a que algunos nobles georgianos de la época tuvieran la intención de viajar a la Península Ibérica para conocer a sus <<hermanos de nombre>>.
La división de la nobleza parta y la continua interferencia política romana generaron un período de enfrentamientos y turbulencias políticas internas en el reino arsácida que no finalizó hasta el año 36 d.C. Sería necesario un nuevo acuerdo diplomático para apaciguar la situación en Oriente.
La llegada de Meherdates no fue recibida por todos, ya que fue abandonado por algunos de sus partidarios al enfrentarse en el campo de batalla a Gotarzes en el año 49 d.C. Meherdates fue capturado, aunque se le perdonó la vida, no sin antes cortarle las orejas, hecho que, según las costumbres persas, le inhabilitaba para ejercer como soberano.
5.4 Roma gana la partida. El conflicto romano-parto en el siglo II y principios del III d.C.
Una etapa de continuos enfrentamientos entre las diferentes facciones nobiliarias partas y los diversos pretendientes al trono, los cuales se dividían el control del territorio arsácida en el que intentaron imponer su dominio.
Durante la segunda mitad del siglo I d.C. los emperadores romanos tendieron a imponer su dominio directo sobre los diversos estados-cliente y regiones dependientes que Roma había favorecido en Oriente desde los tiempos de la República, con lo que buscaban afianzar el dominio romano en la zona y asentar de forma más sólida de su frontera con Partia en la ribera del río Éufrates. Este avance territorial y la patente división y debilidad del reino arsácida provocarían un cambio en la política pactista romana que se desplegaba en la zona desde la época de Augusto, que fue sustituida por una actitud agresiva con la cual los emprendedores romanos conseguirían, al menos temporalmente, imponer su autoridad sobre parte del territorio parto.
La ofensiva romana se inició en el año 114 con una expedición a Armenia que no encontró resistencia alguna, lo que permitió a Trajano convertir este territorio en provincia romana. Desde Armenia, Trajano se dirigió al norte de Mesopotamia, desde tampoco halló excesiva oposición, debido a la lucha que aún matenían los diversos pretendientes a la corona arsácida.
Trajano dirigió sus tropas al corazón del reino parto con el objetivo de tomar su capital.
En el momento en el que Trajano había alcanzado el éxito en su campaña contra los partos, cuando se iniciaron los problemas. Algunos de los nuevos territorios conquistados se rebelaron ante su poder, ya que soportaban mal la nueva autoridad romana, a lo que se sumó una extensa rebelión entre la población judía de las provincias de Judea, Egipto, Cirenaica y Chipre, al mismo tiempo que daba inicio una fuerte reacción de la resistencia parta, que puso en peligro todas las conquistas de Trajano.
El rey Osroes, lejos de estar inactivo, había conseguido reorganizar su ejército, con el que inició la contraofensiva militar parta, que obligó a Trajano a retirarse hacia el norte. Tras lo cual las fuerzas romanas se retiraron a la ciudad de Antioquía. No se había podido acabar con el rey parto y mucho menos con su ejército.
En la misma Ctesifonte, las tropas romanas se expusieron a la peste, epidemia que ya se había expandido por los territorios de China, Partia y Arabia y que hacía estragos en toda la región de Mesopotamia. La enfermedad fue pronto contagiada a los soldados romanos, lo que obligó al ejército de Avidio Casio a retirarse de forma precipitada, abandonando incluso parte del botín, y transportando la trágica epidemia al interior del territorio romano. La paz firmada entre partos y romanos en el mismo año 166 reconocía, de nuevo, la potencia de Roma en Oriente.
El rey parto no pudo, no obstante, beneficiarse de la temporal situación de debilidad romana en la zona, ya que nuevos problemas le obligaron, a su vez, a prestar atención a otras regiones de su imperio, en este caso a Media y Persia, territorios que se habían rebelado contra su poder, acontecimiento que dejaba bien a las claras la pérdida de respaldo político de la dinastía arsácida en sus propios dominios.
El 8 de abril del 217 el emperador Caracalla fue asesinado en una conspiración urdida por su propio estado mayor, por lo que le sucedió Opelio Macrino, uno de los prefectos del pretorio romano que había acompañado al emperador en su campaña en Oriente. Este hecho lo aprovechó Artabano IV, que invadió el territorio de Mesopotamia y se enfrentó al ejército romano en las cercanías de la ciudad de Nisibis, seguramente en otoño del mismo año. La inseguridad, la confusión y la creciente insubordinación del ejército romano obligaron a Macrino a solicitar un acuerdo de paz al monarca arsácida, por el que se obligaba a Roma al pago de 200 millones de sestercios como compensación por los daños ocasionados en la guerra, un hecho sin precedentes en la historia de las relaciones parto-romanas y una humillación con la que finalizaba el último intento romano de hacerse con el control del territorio parto.
Aunque Roma nunca fue capaz de derrotar definitivamente al Imperio arsácida, el único estado organizado que había frenado el avance de sus ejércitos a lo largo de casi 300 años de enfrentamientos militares, su actitud claramente expansionista en Oriente debilitó de forma continua la autoridad de los reyes partos, hecho que indirectamente deterioró la confianza y la obediencia de muchos de sus súbditos, que vieron cada vez más en los soberanos arsácidas a monarcas incapaces de asegurar la integridad territorial de sus propios dominios.
La arsácida, que había gobernado el Próximo y Medio Oriente durante casi 500 años y que dejaba paso a una nueva monarquía propiamente persa, la de los sasánidas, que se apropiaría de los territorios dominados por los partos y que no sólo recogería el relevo de la lucha contra el poderío militar de Roma, sino que se enfrentaría, tras la caída del Imperio romano de Occidente en el año 476, a la amenaza constituida por su heredero político en Oriente, el Imperio bizantino.
5.5 Organización y administración del reino arsácida. Sociedad, religión y economía partas
Aunque utilizaron imágenes y símbolos de claro origen iranio, emplearon, por el contrario, el griego para inscribir sus leyendas.
Los nuevos soberanos partos debían ser confirmados por un concilio o synhedrion que estaba formado por familiares y personas cercanas al monarca (syngenesis), hombres sabios (sophoi) y magos o sacerdotes (magoi).
El principal contingente militar parto era el formado por la poderosa caballería de lanceros acorazados o catafractos.
Cuando los parnos se asentaron en territorio parto hacia el año 247 a.C., el Imperio aqueménida había dejado de existir, mientras que la única autoridad suprema en la zona era la de los seléucidas.
Habían hererado el sistema de organización satrapal de los aqueménidas, basado en la existencia de provincias que pagaban impuestos y proveían contingentes militares a la autoridad central seléucida.
Los reinos vasallos no estaban ya gobernados por familiares cercanos miembros de la dinastía arsácida, como era el caso de los sátrapas en época aqueménida, sino que era más bien gobernantes locales que, gracias a la nueva relación establecida con el rey de reyes parto, disponían de ayuda militar en la defensa de sus fronteras, en aquellos casos en los cuales estas eran externas, y formaban parte de una gran red de intercambios comerciales. Sin embargo, esta independencia política podía resultar fatal en el caso de las luchas dinásticas internas partas y en el caso de invasiones o enfrentamientos externos como el romano, pues estos reyes podían no sólo volverse en contra de la autoridad central arsácida, sino también pasarse al enemigo, dependiendo, claro está, de sus propios intereses.
En relación con la organización social parta, podemos dividirla en tres grandes grupos: la aristocracia, los hombres libres y los siervos.
Los pelatai, la población campesina nativa sometida por los invasores partos que adoptarían un estatus de dependencia en relación con las familias aristocráticas y que estaban obligados al pago de ciertos tributos o a la realización de determinados servicios, además de servir en el ejército como arqueros a caballo. También encontramos a los duoloi, que serían grupos de población que ostentaban una posición social todavía más dependiente y que estarían, seguramente, adscritos a la tierra. Del mismo modo, existían esclavos en época parta, de los que sabemos que eran utilizados en el trabajo en las minas, en la agricultura, en la construcción y en la artesanía.
Aunque los partos practicaron tanto la agricultura como la ganadería, actividades bien asentadas ya en sus dominios, la prosperidad de su imperio se basó, en gran medida, en la existencia de un comercio a gran escala que atravesaba su torritorio y que unía el occidente griego y más tarde romano con el Extremo Oriente indio y chino.
Se basaba en el intercambio de productos como la seda, una de las mercancías de lujo más solicitadas tanto por partos como por romanos; perlas, que se utilizaban como joyas o como elementos decorativos en las vestiduras usadas por la nobleza arsácida. También pieles, oro, metales y piedras preciosas, marfil, textiles como el lino, especias o perfurmes. En China, por su parte, existía una gran demanda de caballos parto-nisenos de Fergana, región dividida en la actualidad entre los países de Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán; frutas como los albaricoques, melocotones, dátiles o las granadas, conocidas estas últimas en China como las frutas partas, vino, lucernas o el storax, un bálsamo producido a partir de la resina de Styrax officinalis, un árbol que crecía en la región del Levante mediterráneo. Este comercio se realizaba a través de caravanas comerciales que podían llegar a incluir hasta 1.000 camellos que transportaban, cada uno de ellos, entre 180 y 225 kg de mercancía.
En el este y en el Asia central otros territorios como el indio, el kushano y el sogdiano también se aprovecharan de esta ruta comercial internacional. Algunos de los productos indios que más se valoraban eran las piedras preciosas, los perfumes, el opio, los esclavos eunucos y las especias.
En lo que respecta a la religión, los partos eran un pueblo politeísta y poseían un panteón de origen iranio similar, por tanto, al de los persas aqueménidas que contenía una multiplicidad de divinidades. Predominaba, además, entre ellos y como norma general en el mundo antiguo, una amplia tolerancia y respeto a las divinidades de las diferentes ciudades, pueblos y reinos que integraban sus dominios.
Aunque los reyes arsácidas eran politeístas, profesaban una especial devoción por el zoroastrianismo en alguna de sus formas, o lo que es lo mismo, eran seguidores del culto que consideraba al dios Ahura Mazda como la dinividad suprema.
El ritual funerario entre los partos consistía en la exposición de los cuerpos de los difuntos para dejar que los animales los descarnaran, tras lo cual tan solo se sepultaban los huesos. Los reyes arsácidas no eran enterrados de esta forma, sino que sus cadáveres eran embalsamados y depositados en mausoleos, prácticas ambas propias de la religión zoroástrica, que disponía que la tierra tenía que protegerse del contacto con las impurezas de la carne.
6. Los persas sasánidas. Los reyes descendientes de los dioses
6.1 La ascensión de los sasánidas
La nueva llegada al poder de nuevo de los persas, en este caso los sasánidas.
Parece ser que Ardashir no era hijo carnal de Pabag, sino que su padre era un tal Sasán, el ancestro que daría nombre a la dinastía sasánida.
Ardashir I consiguió vencer a los dos monarcas que se dividían por entonces el territorio arsácida, primero a Artabano IV, en el año 224, tras cuya derrota adoptó el título de rey de reyes, y más tarde, en el año 229, a su hermano Vologeses VI.
Ardashir I hallaría a uno de sus más poderosos rivales, que no era otro que el Imperio romano.
Después de su indiscutible victoria sobre Roma, Sapor se dedicó a consolidar su autoridad en Irán, dirigiendo campañas militares en el noreste de su imperio, donde sometió los últimos focos rebeldes al poder sasánida.
En el trono armenio seguía reinando aún una rama colateral de la dinastía arsácida, que gobernaba allí desde la coronación de Tirídates por Nerón en el año 63, circunstancia que apremiaba a los monarcas sasánidas a acabar con una situación que amenazaba su poder en esta región fronteriza entre Roma y Persia.
El primer conflicto en la zona se produjo en el año 252 cuando el rey armenio Cosroes fue asesinado por instigación del propio Sapor, que convirtió Armenia en provincia sasánida.
Sapor venció, en el mismo año 252, a un ejército romano en Barbalissos.
La reacción romana vino de la mano del emperador Valeriano (253-260), que reunió un nuevo ejército de 70.000 hombres. La victoria fue de nuevo para las tropas sasánidas que tomaron gran número de prisioneros, incluidos senadores, oficiales y el mismísimo emperador Valeriano, un hecho insólito en la historia de Roma y una de las mayores humillaciones militares en la historia del imperio.
Sapor I quiso dejar para la posteridad un recuerdo duradero de su próspero reinado, por lo que ordenó grabar, entre otras y no por coincidencia, una inscripción en el cementerio real de Naqsh-e Rostam, en uno de los edificios construidos allí por sus predecesores aqueménidas, frente al macizo rocoso que contenía las tumbas de los reyes persas, conocida comúnmente como la Res Gestae Divi Sapori. En ella nos informa tanto de sus orígenes familiares, sus convicciones religiosas, las regiones sobre las que gobernaba y sobre sus enfrentamientos contra los romanos.
Durante el reinado de Sapor I cuando se produjeron reformas religiosas era unificar la práctica religiosa y la doctrina zoroástrica, que hasta entonces se caracterizaban por la diversidad de sus tradiciones y rituales, establecer un código de leyes, fijar una tradición avéstica firme y crear una única jerarquía religiosa zoroástrica.
Durante el reinado de los primeros sasánidas, hizo su aparición en Irán el maniqueísmo, una nueva creencia religiosa dualista fundada por Mani, que compartía ideas y creencias con otras religiones como el zoroastrianismo, el cristianismo y el budismo. La doctrina maniquea asimilaba el mal con la materia y el bien con el espiritu. La creación era considerada así, maligna, y no era otra cosa que el resultado de conflicto entre el reino de la luz y el reino de la oscuridad. El objetivo de los hombres era conseguir liberar el espíritu de la materia con el fin de entrar en el Reino de la luz. De esta forma, los preceptos maniqueos prohibían el consumo de carne, de huevos y de productos provenientes de los animales y profesaba, además, una especial antipatía hacia la sexualidad, ya que la reproducción era vista como una perpetuación de la maldad material.
La derrota y posterior captura de Valeriano no fue, ni mucho menos, la peor humillación que tuvo que soportar el emperador romano. Lactancio, autor latino que escribió durante los siglos III y IV, nos informa de que Sapor se hacía acompañar de Valeriano a cualquier lugar al que iba, para poder utilizar la espalda de este como pie de apoyo al montar en su caballo, recordándole de esta forma, a diario, la realidad de su penosa situación. Según parece, Valeriano, después de recibir largo tiempo este trato, ofreció a Sapor un alto precio por su puesta en libertad, cosa a la que el monarca persa se negó, obligándole, en vez de eso, a tragar oro fundido o, tal como quiere otra tradición, a ser desollado vivo. La infamia de Valeriano no acabó allí, sino que su piel fue secada y expuesta en un templo persa como trofeo, para ser mostrada en el futuro a todos los emisarios romanos que visitaran Persia.
Aunque varios ejércitos dirigidos por Trajano, Vero, Septimio Severo, Caracalla, Cano, Juliano o Heraclio intentaron conquistar el Oriente Iranio, ninguno de ellos fue capaz de sobrepasar los territorios cercanos a Ctesifonte, la capital persa. Así llegó a difundirse, como narra la Historia Augusta, una profecía que, según el autor de la obra – una colección de biografias de los emperadores romanos escrita seguramente a finales del siglo IV -, auguraba que ningún príncipe romano lograría jamás ir más allá de Ctesifonte.
Durante el gobierno de Hormizd I y Bahram I, el gran sacerdote Kerdir prosiguió con su tarea de unificación y regulación de la religión zoroástrica, tarea que le permitió, al mismo tiempo, consolidar y fortalecer su posición en la corte sasánida e incluso dirigir desde la sombra las riedas del reino. Esta concentración del poder en sus manos resultaría perjudiciail para la pervivencia del maniqueísmo en territorio persa. Mani fue llamado de nuevo a la corte en el año 276 con el pretexto de ser presentado al rey Bahram, oportunidad que fue aprovechada, a instigación sin duda alguna, del propio Kerdir, para denunciarlo, tras lo cual Mani fue arrestado, torturado y ejecutado.
A Bahram I le sucedió su hijo Bahram II (276-293), durante cuyo reinado Herdir siguió manteniendo su ascendecnia sobre la política sasánida, lo que permitió al gran sacerdote iniciar una política de persecuciones contra diversias religiones, que no sólo incluyó a los maniqueos, sino también a cristianos, judíos, mandeístas y budistas.
Con la llegada de Narsés al trono se produjo una reorientación de la política religiosa sasánida, que llevó a la disminución del poder del gran sacerdote Kerdir y a la finalización de las persecuciones alentadas por este, lo que significó la tolerancia con respecto al maniqueísmo. A Narsés le sudeció su hijo, Hormizd II (302-309), que por fuentes árabes posteriores se sabe que fue un rey justo y popular.
6.2 El siglo IV. El reinado de Sapor II (309-379)
El nuevo monarca, conocido como Sapor II el Grande (309-379), reinaría durante 70 años, convirtiéndose en el rey persa que más años gobernó y en uno de los soberanos con el reinado más largo de toda la historia. Aparece de nuevo la persistencia de las facciones nobiliarias en el juego político persa, al que ahora se sumaba el papel de los sacerdotes zoroástricos, que continuaban pudiendo decidir qué miembros o cuáles no conseguían sentarse en el trono sasánida y permanecer en él.
Los primeros años del reinado de este monarca fue la conversión de Armenia al cristianismo en el año 314, en la persona de su rey Tirídates IV (285-339), hecho que convierte a este país en el primero del mundo que abrazó la fe cristiana.
El acercamiento religioso entre Roma y Armenia, un hecho que facilitaba el entendimiento en el futuro entre ambos estados en contra del reino persa zoroástrico y por lo tanto pagano para ellos. Durante muchos años aún fieles a sus creencias zoroástricas y por tanto favorables a los reyes sasánidas.
Sapor ordenó el avance persa sobre el territorio de la propia península arábiga, donde tomó diversas ciudades y expulsó a parte de las tribus árabes hacia las regiones del interior. Como resultado de su campaña, ambas orillas del golfo Pérsico permanecieron en poder de los persas. El joven monarca sería conocido a raíz de estas campañas como dhu al-aktaf (en árabe, <<el perforador de espaldas>>), debido al castigo que infligió a los prisioneros árabes, a los que agujereó la espalda (los omóplatos) con el objetivo de que nunca más pudiesen alzar las armas contra él.
Sapor II actuó en el año 330 consiguiendo la muerte del rey Tirídates IV, una acción que aseguraba nuevos enfrentamientos con Roma.
Juliano, conocido comúnmente como el Apóstata (361-363). El nuevo emperador reunió un ejército de 95.000 hombres con el que se dirigió, en el año 363, hacia territorio persa. El grueso de sus tropas, unos 65.000 soldados acompañados por un contingente de 1.000 navíos, avanzó hacia la capital persa, mientras que un segundo cuerpo expedicionario, integrado por los restantes 30.000 hombres, se dirigió hacia Armenia en una táctica de diversión. En esta campaña Juliano dispuso de la colaboración de Arsaces II de Armenia (350-368) y de un hermano del propio Sapor II, llamado Hormizd, que se había pasado al bando romano acompañado de algunos regimientos de élite del ejércicio persa.
Tras una larga y penosa marcha hacia Ctesifonte las tropas romanas vencieron al ejército sasánida en las cercanías de la capital. Al no poder tomar la plaza, Juliano decidió avanzar hacia el interior del territorio persa, para lo cual se vio obligado a destruir su flota, a excepción de viente navíos, con el objetivo de evitar que esta cayera en manos enemigas.
No obstante, el calor de mediados de junio, la falta de suministros y el constante hostigamiento por parte de los persas obligó a Juliano a replantearse su estrategia y a dirigir a su ejército de nuevo hacia territorio romano, siguiendo la ribera del río Tigris. La retirada romana no sería, sin embargo, el peor contratiempo que sufriría la expedición de Juliano, ya que el 26 de junio del año 363 el propio emperador fue alcanzado por una lanza enemiga durante una de las continuas escaramuzas que debían soportar las tropas romanas en su retirada, una herida de la que no pudo sobreponerse y que le produjo la muerte.
La única posibilidad del emperador Joviano (363-364), que había sucedido a Juliano al frente de las tropas romanas, era alcanzar un acuerdo con Sapor. El gran rey persa se avino bien pronto a discutir las cláusulas de la paz y a imponer sus condiciones, que sin duda alguna, tenían como objetivo revertir la situación que se había establecido tras el tratado del año 298 entre Narsés y Diocleciano. El acuerdoo de paz firmado en el año 363 forzó a Joviano a ceder gran parte del territorio romano situado en el norte de Mesopotamia y a entregar las ciudades de Nisibis y Singara y otras quinza fortalezas. Además, el emperador romano se obligaba a no intervenir en Armenia en el futuro, al menos durante laos treinta años de validez del acuerdo. Sapor II llevaba, así, al reino sasánida a alcanzar su mayor apogeo desde su creación en tiempos de Ardashir I.
Cabe destacar el reinicio de las persecuciones durante el reino de Sapor II, principalmente de los cristianos, pero también de judíos y maniqueos. Los cristianos, además de integrar un cuerpo religioso diferente que entraba en competición con la religión zoroástrica, siempre fueron vistos en Persia como una quinta columna favorable a la política llevada a cabo por sus correligionarios romanos.
Persas y romanos llegaron a un acuerdo para dividirse el territorio armenio.
6.3 Persia en el siglo V
A Bahram IV le sucedió su hijo Yazdagird I (399-420). La muerte del mperador Teodosio, cuyo gobierno fue asignado a los dos hijos de Teodosio, Honorio en Occidente y Arcadio en Oriente suponía el final de un gobierno único en el Imperio romano. La parte oriental del imperio la que mantendría el contacto político con Persia, y la que sería conocida por la historiografía posterior, tras la caída de la parte occidental, con el nombre de Imperio bizantino.
Las relaciones que estableció Yazdagird I con los emperadores de Constantinopla fueron especialmente buenas.
En lo que respecta a la política interna de Yazdagird asistimos a una amplia tolerancia hacia las minorías religiosas, entre ellas la cristiana y la judía, una medida ampliamente criticada, como era de esperar, por el clero zoroástrico.
Existian comunidades cristianas en Persia, y estos <<cristianos persas>> provenían no sólo de la evangelización llevada a cabo desde territorio romano, sino también de los cautivos hechos allí por los reyes sasánidas. Fue justamente durante el período de tolerancia que supuso el reinado de Yazdagird I cuando se reunió en la ciudad de Seleucia del Tigris., en el año 410, el primer concilio de la iglesia cristiana persa. En este concilio, al cual asistieron obispos y eclesiásticos provenientes de los diversos territorios del imperio persa y representantes de la Iglesia bizantina, se aceptaron las decisiones antirrianas aprobadas en el concilio de Nicea del año 325 y que defendían la consubstancialidad entre Dios y Jesucristo. Padre e hijo tenían la misma sustancia. El obispo Isaac de Seleucia fue además escogido como catholicos o patriarca de la Iglesia en territorio persa.
La destrucción de un santuario zoroástrico por un obispo cristiano inició un nuevo período de persecución religiosa en el reino sasánida.
Bahram, apoyado por fuerzas árabes y por algunos altos cargos de la corte persa, se dirigió con un potente ejército hacia la capital, donde reclamó para sí la corona, lo que obligó a Cosroes a abdicar en su favor.
El nuevo rey Bahram V (420-439) llegó a ser célebre por su afición a la caza, la bebida, las mujeres y la música. Durante su reinado prosiguió la persecución religiosa que había iniciado su padre y que había provocado que muchos cristianos persas se refugiaran en territorio romano. Esta huida no agradó en demasía al rey sasánida, que solicitó su repatriación. La negativa de Teodosio II a satisfacer las exigencias de Bahram generó un nuevo conflicto entre Bizancio y Persia. El nuevo tratado firmado entre ambos estados estableció la libertad de los cristianos para practicar su culto en territorio persa, de la misma forma que los zoroastrios podían ejercer el suyo en territorio romano.
Se cree que el rey persa fue, realmente, víctima de una nueva conspiración, urdida, cómo no, por la nobleza y los sacerdotes zoroástricos, hecho que propició la ascensión al trono de su hijo Yazdagird II (439-457).
Los kiraditas, pueblo nómada de origen iranio o turco que estaba aterrorizado desde principios de los años cuarenta del siglo V las regiones del Jorasán y de Jorasmia, situadas en la zona nororiental del imperio persa.
Yazdagird estableció temporalmente su residencia en la ciudad de Nishapur, en el Jorasán, para dirigir de una forma más directa las operaciones contra los kiraditas. El enfrentamiento definitivo entre estos y los persas se produjo en el año 450 en la región de Taleghan, en la zona del sur del mar Caspio, del cual salieron de nuevo vencedores los sasánidas, los cuales obligaron a los derrotados kidaritas a huir hacia la zona del norte del río Oxus.
Una vez solucionada, aunque sólo fuera temporalmente, la situación en Oriente, Yazdagird volvió a concentrar sus esfuerzos en el occidente de su imperio, y más concretamente en la tumultuosa Armenia, donde se estaban viviendo momentos conflictivos. La llegada al poder de Yazdagird II había comportado amplios cambios en la política religiosa desplegada allí por el estado persa, originados por la aprobación en el año 449, por parte del monarca sasánida, de un edicto que obligaba a los armenios a abandonar el cristianismo y a convertirse de nuevo a la fe zoroástrica.
En la batalla de Avarayr, se enfrentaron en el año 451, armenios cristianos por un lado y persas y armenios zoroastrios por el otro. El ejército rebelde, que constaba de unos 66.000 soldados de infantería y caballería, fue brutalmente derrotado por las fuerzas persas, aunque hubo enfrentamientos que prosiguieron en forma de guerrilla durante los años posteriores.
Yazdagird murió en el año 457 sin haber conseguido pacificar el territorio amenazado por los invasores enemigos, y fue sucedido por su hijo, Hormizd III (457-459). Su hermano, Peroz I (459-484) se rebeló contra su autoridad. En sus aspiraciones al trono, Peroz recibió el apoyo de los nobles persas, a lo que se sumó la ayuda de los heftalitas. Ambos pretendientes se enfrentaron en el campo de la batalla en el año 459, combate del que salió victorioso Peroz, que tras capturar a Hormizd III ordenó su muerte.
Durante los primeros años del reinado de Peroz sabemos que el territorio sasánida sufrió una gran hambruna y diversas inundaciones que provocaron una gran mortalidad entre sus habitantes.
Peroz I dirigió sus energías bien pronto a la región del Cáucaso, donde sofocó una rebelión en el territorio de Albania y puso fin a las duras medidas que su padre Yazdagird II había impuesto en Armenia, a cuyos habitantes permitió la práctica del cristianismo, liberando, además, a algunos nobles apresados por su predecesor.
Kiraditas y heftalitas, los dos grandes enemigos de los persas en los últimos años, se habían aliado y se dedicaban a atacar y saquear los dominios sasánidas. Peroz I marchó primero contra los kidaritas, a los que consiguió derrotar. Confiado en conseguir también una nueva y fácil victoria sobre los heftalitas, Peroz se dirigió poco después contra ellos, enfrentamiento del cual el monarca sasánida salió derrotado.
En el año 469. Los heftalitas demostraron en este nuevo enfrentamiento un gran dominio de la táctica militar, hecho que, sumado al uso del estribo, desconocido hasta entonces por el ejército sasánida, les proporcionó la victoria, consiguiendo esta vez capturar al propio Peroz y a su séquito.
La debilidad mostrada por Peroz ante los heftalitas tuvo, como era de esperar, sus repercusiones en otras regiones del imperio. Así, pues, en Armenia estalló una nueva rebelión liderada por Vahan Mamikonian, en el reino de la Iberia caucásica también se produjeron enfrentamientos entre la población cristiana y los partidarios del poder persa.
En el año 484 Peroz organizó una tercera campaña militar contra ellos, aunque de nuevo la astucia y el dominio de la táctica militar llevó a los heftalitas a conseguir la victoria.
El desastre sasánida adoptó magnitudes catastróficas. El propio Peroz perdió la vida en la batalla, junto a parte de su estado mayor y del ejército, lo que permitió a los heftalitas consolidar su dominio en los territorios orientales del imperio persa e interferir con mayor fuerza en su política, una situación crítica de la que el reino sasánida tardaría en recuperarse al menos dos décadas.
Se produjo la división credencial entre la iglesia bizantina y la persa. Esta fragmentación estuvo motivada, en parte, por la aparición de una nueva herejía, el nestorianismo, que defendía la existencia de dos naturalezas o personas diferentes en Cristo, una divina y otra humana.
La doctrina nestoriana fue condenada por la Iglesia bizantina como herética, que desencadenó la huida de muchos cristianos nestorianos hacia Persia. Esta variante del cristianismo se convirtiera, con el tiempo, en la dominante en el Imperio persa, que se mantendría enfrentada teológicamente con su rival, la Iglesia bizantina. Esta situación se ratificó en el año 484 en un nuevo concilio celebrado en la ciudad de Ctesifonte, donde se determinó la creación de la Iglesia persa nestoriana, en oposición a la ortodoxa bizantina.
6.4 El último resurgir persa. Los reinados de Kavad I y de los dos Cosroes
Balash I (484-488), hermano del difunto monarca, fue nombrado rey por la nobleza persa. Ante la caótica situación política, económica y militar que vivía el Estado sasánida, Balash se vio obligado a solicitar un nuevo acuerdo con los heftalitas.
Acto seguido, Balash I dedicó sus esfuerzos a la pacificación de la región de Armenia. En el año 484 el monarca persa estableció la libertad de la población armenia para practicar la religión cristiana y decretó la destrucción de los templos zoroástricos existentes en aquel territorio, así como la prohibición de construir otros nuevos.
De la misma forma en que los nobles y sacerdotes habían elevado al trono a Balash I, lo depusieron en el año 488, colocando en su lugar a Kavad I (488-497).
Los dominios sasánidas estaban viviendo un nuevo período de efervescencia religiosa con la aparición del movimiento mazdakita que, difundido por Mazdak, visionario y reformador religioso de finales del siglo V y principios del VI, predicaba una nueva interpretación de los preceptos zoroastrios, que le han llevado a ser considerado como protocomunista. Mazdak predicaba contra la violencia y a favor de una redistribución de la riqueza con el objetivo de alcanzar el igualitarismo y la justicia social.
Las doctrinas mazdakitas fueron favorecidas, muy pronto, por el rey Kavad I, que veía en ellas una valiosa arma para luchar contra el poder y la riqueza de la aristrocracia y la jerarquía zoroástrica. El temor de los nobles persas y de los sacerdotes ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos que llevó a rebelarse contra Kavad, al que depusieron en el año 497 y encarcelaron, tras lo cual elevaron al trono a su hermano Zamasp (497-499).
Kavad consiguió escapar pronto de su reclusión y huyó a la corte del rey heftalita, del que obtuvo ayuda militar con la que inició su regreso a territorio sasánida. Zamasp no opuso resistencia alguna a su hermano, al cual entregó el trono, iniciándose de esta forma la segunda y más larga etapa del reinado de Kavad I (499-531), que comportó, como era de esperar, la persecución y eliminación de los sacerdotes y nobles que habían conspirado contra él.
El reinicio del enfrentamiento militar con Bizancio, cuyo origen hemos de buscar en la pésima situación económica que atravesaba el Imperio sasánida, ya que el tributo anual pagado a los heftalitas estaba presionando sobremanera a la economía persa.
El soberano persa se vio obligado a retirar su apoyo al movimiento liderado por Mazdak, alarmado por el preocupante progreso ellas, que no sólo amenazaban con degradar totalmente la posición de los nobles y sacerdotes zoroastrios, ambos pilares, en definitiva, de la autoridad real, sino también la estabilidad política y social de reino sasánida. Por esta razón, Kavad encargó a uno de sus hijos, llamado Cosroes, el inicio de la persecución de los mazdakitas, en la cual participaron de forma entusiasta los sacerdotes zoroastrios, que veían, así, restablecer su autoridad religiosa.
La sucesión de su hijo Cosroes I (531-579), conocido como Anushirawan, o lo que es lo mismo, <<el del alma inmortal>>, seguramente el más famoso de los soberanos sasánidas.
Aunque el nuevo soberano había sido nombrado heredero al trono por el propio Kavad, Cosroes no era su hijo mayor, por lo que pronto dos de sus hermanos se rebelaron contra su autoridad, ayudados por los perseguidos mazdakitas y por parte de la nobleza. Aun así, Cosroes rebició el apoyo de la corte y de los sacerdotes zoroastrios. El joven rey acabó imponiéndose a sus hermanos, a los que no perdonó la vida, tras lo cual inició una brutal matanza entre la mayoría de los miembros de su familia que pudieran desear, en el futuro, la corona real, de la que sólo consiguió escapar uno de sus hijos.
Cosroes llevó a cabo un catastro de todo territorio sasánida para determinar el tributo sobre la producción agrícola de acuerdo con un cálculo promedio de las cosechas obtenidas durante diversos años, lo que permitía tanto al Estado como al productor contar con unas cantidades más o menos estables a la hora de pagar sus impuestos.
Cosroes I también reformas en el ejéctio. Si bien anteriormente el cuerpo principal de la caballería pesada catafracta persa estaba compuesto mayoritariamente por miembros de la alta nobleza, que eran los únicos que podían permitirse pagar el alto coste de su equipamiento militar, Cosroes consiguió revertir esta situación al hacerse cargo el Estado del equipamiento y de la paga de los dehkan o caballeros miembros de la baja nobleza que hasta ese momento no habían podido participar plenamente en el ejército. Hacerse con la fidelidad de la pequeña nobleza, que sería fundamental en la sociedad persa a partir de entonces.
En el año 532, poco después de su ascenso al trono, Cosroes firmó con los bizantinos la conocida como paz eterna.
Las hostilidades entre bizantinos y persas volvieron a reemprenderse en el año 540, en un conflicto que enfrentaría a dos de las figuras políticas más importantes del momento, el eperador Justiniano I (527-565) en Bizancio y Cosroes I en Persia.
El reino árabe himiarita, situado en el suroeste de la península arábiga (actual Yemen), donde Cosroes I logró expulsar a los etíopes, aliados bizantinos, e imponer como rey a un noble local.
Nuevos pueblos nómadas arribados a la zona y que no eran otros que los turcos. Estos, que habían creado un nuevo imperio en el año 552 en los territorios de Asia central y Mongolia, se habían convertido en incómodos vecinos de los heftalitas. Cosroes I no desaprovechó esta oportunidad para pactar una alianza militar con los turcos, liderados, ahora, por uno de sus jefes llamado Istemi, en un momento en el que los propios heftalitas estaban dividios por rencillas internas.
La ofensiva se llevó a cabo entre los años 557 y 558, cuya estrategia era la de atrapar a los heftalitas en un ataque en pinza entre las tropas turcas, que avanzaron por el norte y el ejército persa que progresaba desde el oeste. Los heftalitas se vieron incapaces de responder a un ataque combinado de tal calibre, por lo que fueron finalmente derrotados, muriendo su rey en el campo de batalla, una victoria que permitía, por fin, a los sasánidas liberarse de su cruel dominación.
El nuevo enfrentamiento entre sasánidas y bizantinos se originó, como no podía ser de otra forma, en Armenia, donde la dirección de la política religiosa persa provocó nuevas tensiones. Justino II decidió aprovecharse de la situación de confusión en la zona para acabar con el pago anual debido a los persas para la defensa de la zona del Cáucaso y aceptar la obediencia ofrecida a él por los armenios, hechos que fueron interpretados por Cosroes I como un acto de guerra.
El enfrentamiento entre persas y armenios perduró hasta el año 578, en el cual Cosroes I condeció una amnistía general que devolvía Armenia a la soberanía sasánida. Poco después, en el año 579, se iniciaron negociaciones de paz entre persas y bizantinos, que no pudieron ser finalizadas antes de la muerte del propio Cosroes, acaecida en ese mismo año.
Durante los 48 años del reinado de Cosroes I el imperio sasánida alcanzó un gran esplendor que no sólo se manifestó en el campo militar sino que abarcó también otros ámbitos como el económico, el cultural o el arquitectónico, potenciando el monarca persa la construcción de un gran número de ciudades, caravasares, puentes o carreteras. Cosroes también fomentó el desarrollo de los estudios, de la filosofía y del arte, destacando sobre todo durante su reinado el trabajo de la plata y de los metales. Al mismo tiempo, Cosroes dedicó amplios recursos económicos a mejorar y extender los sistemas de irrigación, lo que conllevó un aumento de las tierras cultivadas y, en general, de la población del imperio. Cosroes I es considerado, además, un monarca tolerante, ya que no se conoce ningún tipo de persecución religiosadurante su reinado. A Cosroes I le sucedió su hijo Hormizd IV (579-590).
La batalla, que tuvo lugar en la región del Jorasán, finalizó con la aplastante victoria sasánida que permitió la expulsión de los turcos del territorio persa.
La irresponsable actitud del monarca persa y su despiadada política desplegada en contra de la nobleza y los sacerdotes zoroastrios se volvieron, entonces, en su contra, dejándolo solo ante la amenaza constituida por el rebelde Barham. En breve una rebelión de los nombres estalló en la propia Ctesifonte. Hormizd fue arrestado, cegado y poco más tarde asesinado, mientras que su hijo, llamado Cosroes, fue elevado al trono en febrero del año 590.
La ascensión del nuevo monarca no acabó con la ambición de Barham Chobin, que mantuvo sus aspiraciones regias, para lo que decidió dirigirse con su ejército hacia la propia Ctesifonte. El joven Cosroes intentó en vano llegar a un acuerdo con el rebelde, ofreciéndote el perdón y la concesión de un alto cargo en el imperio. El monarca sasánida, consciente de la debilidad de su situación, acabó huyendo a territorio bizantino, hecho que permitió a Bahram Chobin hacerse con el trono persa.
Según la leyenda, la Vera Cruz, en la que fue crucificado Jesucristo, fue hallada, allá por el año 326, por Helena, la madre del emperador Constantino Magno, en la ciudad de Jerusalén. Una vez descubierta la gran reliquia fue depositada en la Basílica del Santo Sepulcro, constituida allí poco después.
Esta situación se mantuvo hasta la toma de Jerusalén por parte de las tropas de Cosroes II en el año 614. Los persas deportaron a gran parte de la población de la ciudad, destruyeron sus principales iglesias y se apoderaron de la Vera Cruz, que fue transportada a Ctesifonte como trofeo de guerra.
El saqueo de tan valiosa reliquia representó un golpe terrible para la población cristiana bizantina y para la Iglesia, que no dudó en entregar al emperador Heraclio grandes cantidades de oro con las que costear el contraataque imperial. Este se inició ocho años más tarde, tras largos preparativos, y llevó al emperador bizantino a derrotar totalmente a los persas en el año 628. Una de las cláusulas de la paz firmada ese mismo año establecía el retorno de la Vera Cruz a Bizancio, lo que permitió a Heraclio devolver, en el año 630, a Jerusalén, en medio del júbilo popular, su preciada reliquia, un acto solemne que simbolizaba la definitiva victoria cristiana sobre los reyes sasánidas.
Mauricio se decantó, finalmente, por ofrecer su ayuda al joven Cosroes, aunque, y como era de esperar, esta implicaba un alto coste. El príncipe sasánida debía entregar a Bizancio las ciudades de Dara y Martirópolis, parte de Armenia y redimir a los bizantinos del pago del tributo por la defensa de los pasos del Cáucaso. A cambio de ello Cosroes recibiría las tropas y el oro con el que financiar su campaña. De esta forma Cosroes inició, en la primavera del año 591, la marcha para recuperar la corona persa, produciéndose, así, una situación nunca antes vista, en la que las fuerzas bizantinas y las sasánidas dejaban su enfrentamiento a un lado para luchar de forma conjunta en pos de un objetivo común.
El avance de Cosroes no pudo ser detenido por las fuerzas leales a Bahram, que fueron derrotadas en Armenia.
Nuevos acontecimientos en Constantinopla auguraban el final de las buenas relaciones que mantenían Bizancio y Persia desde la ascensión al trono sasánida de Cosroes.
El soberano persa inició la actividad militar enviando un ejército hacia la ciudad de Edesa, donde se había refugiado Narsés, uno de los generales bizantinos contrarios a Focas y que había ayudado a Cosroes a recuperar el trono persa en el año 591. El ejército sasánida derrotó a las fuerzas de Focas.
Una a una fueron cayendo las ciudades y fortalezas bizantinas mientras que las tropas sasánidas avanzaban invictas cada vez más hacia el interior de territorio bizantino. Tomadas Mesopotamia y la Armenia romana, la ofensiva persa continuó en dirección a Capadocia y Siria, territorios indefensos, ahora, ante el progreso sasánida.
El avance persa continuó por Anatolia, Siria y Judea, donde fueron tomadas las ciudades de Damasco, Tarso, Antioquía Apamea y Emesa. La ciudad de Jerusalén no pudo, tampoco, evitar su captura por parte de las tropas sasánidas, que se produjo en el año 614, tras veinte días de asedio.
En el año 619 el ejército de Cosroes inició la conquista de Egipto. Cosroes II conseguía, de esta forma, extender el dominio sasánida por todos aquellos territorios que, en el pasado, habían poseído sus predecesores aqueménidas.
Tras años de preparativos, el emperador bizantino inició una nueva ofensiva contra los persas en Anatolia, que le permitió conseguir, en el año 622, una primera victoria ante las tropas sasánidas.
Heraclio continuaba luchando en la región del Cáucaso, donde consiguió la alianza del os jázaros. Con esta ayuda el emperador bizantino avanzó de nuevo hacia el sur en el año 627 con un ejército que contaba con unos 70.000 hombres, al que se sumaban sus nuevos aliados nómadas. La retirada de estos poco después no detuvo a Heraclio, que consiguió derrotar a un nuevo ejército sasánida, el último obstáculo ya que lo separaba de Ctesifonte.
El emperador bizantino no intentó tomar la ciudad, sino que se retiró de nuevo hacia el norte, ofreciendo una última oportunidad de alcanzar la paz al rey sasánida, oferta que, por enésima vez, este rechazó.
En breve se produjo un alzamiento en palacio liderado por veintidós nobles y sacerdotes zoroastrios, que prendieron a Cosroes y nombraron rey a su hijo Kavad II.
Una de las primeras decisiones que tomó Kavad II fue la de obtener la paz con Heraclio, objetivo que consiguió en el mismo año 628, en el que ambos soberanos firmaron un nuevo acuerdo.
Finalmente Heraclio exigía, como condición irrenunciable, el retorno de la Vera Cruz y de las otras reliquias que habían sido saqueadas por los persas a lo largo de todo el período bélico.
El Monarca persa ejerció un gran patronazgo sobre la poesía y la música y parece que, asimismo, potenció el desarolloso de la codificación del Avesta. Fue además un rey tolerante, sobre todo con el cristianismo, ya que dos de sus esposas fueron cristianas. Aun así, y como fiel zoroastrio, Cosroes también fomentó la construccion de templos y altares dedicados al fuego.
6.5 El final de los persas. La derrota frente al Islam
Como no podía ser de otra forma, el violento final de Cosroes II no condujo nada más que el inicio de un período de amplios conflictos internos en el reino sasánida. Durante el breve reinado de menos de un año de su hijo, Kavad II demostró una gran crueldad al asesinar a treinta de sus hermanos, un fratricidio que nos hace recordar los peores tiempos de la dominación arsácida en Oriente.
Shahrbaraz fue pronto asesinado, lo que dio paso al nombramiento de forma consecutiva de dos reinas sasánidas, Boran (630-631) y Azar (631), un hecho inaudito en la historia de Persia.
El imperio sasánida no pasaba, ni mucho menos, por el mejor de sus momentos. Extenuado por el inmenso esfuerzo malbaratado en el enfrentamiento contra Bizancio, atravesaba una lamentable situación política, militar, social y económica.
En Arabia se habían producido grandes transformaciones que iban a cambiar el curso de la historia para siempre. Allí el profeta Mahoma (570/571-632) había predicado una nueva religión, el islam, que en breve lograría unificar política y religiosamente la península arábiga.
En el año 610, durante el reinado del propio Cosroes II, cuando tropas árabes y sasánidas se enfrentaron en Dhu Qar, cerca de la ciudad de Kufa, en el sur del actual Iraq.
En el 633, una vez conseguida la unificación política y religiosa de Arabia bajo Mahoma y sus inmediatos sucesores, los primeros califas musulmanes iniciaron la expansión territorial fuera de la península arábiga.
En el año 634, bajo el reinado del califa Abu Bakr, persas y árabes se enfrentaron en la conocida como batalla de los puentes, sobre el río Éufrates, que se converiría en la última de las victorias sasánidas ante los invasores musulmanes. En noviembre del año 636 un nuevo ejército musulmán se enfrentó a los persas en la batalla de Qadisiyyah, cerca también de la actual ciudad de Kufa. La dura batalla se prolongó durante cuatro días, en el último de los cuales, a pesar de que los persas, dirigidos por el general Rustam, parecía que estaban cerca de alcanzar la victoria, fueron golpeados en su avance por una violenta tormenta de arena, lo que permitió a las tropas árabes hacerse finalmente con la victoria.
Una vez despejada la vía de entrada hacia Mesopotamia, los ejércitos árabes tardaron poco tiempo en presentarse ante las puertas de la capital, Ctesifonte, que sitiaron en el año 637. La ciudad, abandonada por el ejército sasánida, que se estaba reorganizando en la zona montañosa del Kurdistán y del Azerbaiyán, mantuvo un heroico asedio, que no le evitó caer en manos enemigas en ese mismo año, siendo presa de un descomunal saqueo, lo que supuso un duro golpe moral y político para la población irania.
Yazdagird fue incapaz de alzarse con la victoria, hecho que condenó a la desaparición al reino sasánida.
6.6 Organización y administración del reino sasánida. Sociedad, religión y economía
Fue en época sasánida la primera vez en la que los monarcas persas se vincularon, en su imagen pública, directamente con las divinidades zoroástricas, no considerándose ellos mismos sólo instrumentos elegidos por estas, o más concretamente por Ahura Mazda, para gobernar, sino pertenecientes a un linaje familiar que provenía de los propios dioses. Fueron también los sasánidas monarcas que utilizaron por primera vez el título de <<rey de reyes de los iranios y los no iranios>> (en persa, Sahan sah eran ud Aneran), una nueva dignidad que les permitía aspirar al dominio de todos los habitantes de su imperio, ya que fueran estos de origen iranio o no, género, este último, que incluía a griegos, romanos o judíos.
Por lo que respecta a la procedencia de los monarcas sasánidas, la gran mayoría de ellos provinieron, como en el caso de los reyes partos, de una única dinastía, la de los descendientes de Sasán.
La investidura de los nuevos monarcas se realizaba, siguiendo las costumbres arsácidas, en en presencia de la nobleza. Una de las innovaciones de esta ceremonia durante el período sasánida fue que era el sumo sacerdote zoroástrico o mowbed el encargado de coronar al nuevo soberano. Aunque no se sabe con seguridad dónde se celebraba la ceremonia de coronación, se ha apuntado la posibilidad de que esta se llevara a cabo en la ciudad de Ctesifonte, aunque también se ha sugerido Istakhr, la población natal de los sasánidas, como el posible lugar elegido para coronar a los nuevos monarcas.
Aún no se ha hallado ninguna necrópolis de los reyes sasánidas, por lo que se cree que sus cuerpos debían de ser expuestos, tras lo cual tan sólo sus restos serían enterrados en algún osario, seguramente en las cercanías de las ciudades de Ctesifonte o Istakhr.
Aunque los reyes sasánidas se consideraban a sí mismos los legítimos sucesores de los soberanos aqueménidas, en lo que respecta a la organización política y a la administración de su imperio, fueron fieles herederos de los monarcas partos, a los que ellos mismos habían suplantado en el poder. Así, por ejemplo, sabemos que parte del territorio bajo soberanía sasánida estaba dividido, siguiendo el modelo arsácida, en reinos vasallos gobernados por hijos y hermanos del soberano persa o por otros miembros de la familia real, organización que permitía, al menos teóricamente, asegurar su lealtad. Estos reinos dependientes estaban situados, principalmente, en regiones fronterizas y estaban obligados a guardar fidelidad al monarca persa y a ofrecerle apoyo militar.
Junto a estos reinos también existían provincias llamadas shahr, gobernadas por el shahrab o sátrapa, de las que conocemos siete, situadas todas en la zona occidental del imperio, y que no son otras que Fars, Pahlav, Juzestán, Asorestán, Mesun, Nod Ardaxsiragan y Adurbadagan.
El shahrab gobernaba en la provincia junto al amargar o tesorero, que se ocupaba de los asuntos fiscales y de los impuestos, y el ostandar, encargado de los temas relacionados con los dominios y propiedades reales. Por otra parte, los jueces o dadwaran administraban la justicia en los casos civiles y sus miembros eran extraídos de las filas de los sacerdotes.
En la corte el cargo más importante después del rey era el de bidaxs, una especie de vicecanciller o gran visir, dignidad ocupada normalmente por un miembro de la familia real. Otros altos cargos allí eran el de argbed, al parecer de algunos el comandante de una fortaleza o según otros el responsable a nivel estatal de la recaudación de los tributos; el zendanig, oficial encargado de la gilkard o <<prisión estatal>>, localizada en la región de Juzestán; el hazaruft, o jefe de los guardias del rey, que estaba a su vez auxiliado por el salar-i-darigan o comandante de los guardias de palacio, y el dibirbed o jefe de los escribas.
Algunos miembros de la nobleza actuaban como consejeros del monarca en palacio y poseían el privilegio de comer en la mesa del rey.
Por lo que respecta a la nobleza sabemos que este estamento no sólo incluía a miembros de la aristocracia persa, sino también a los representantes de las grandes familias partas, que se habían aliado desde un primer momento con los reyes sasánidas.
La clase nobiliaria estaba organizada jerárquicamente en cuatro grupos, el primero de los cuales era el formado por los shahrdaran, que incluía a los hijos del rey y a los dinastas y reyes locales. Estos eran seguidos en preeminencia por los vaspuhragan, los miembros de la dinastía sasánida que no eran descendientes directos del soberano persa; los vuzurgan o <<grandes>>, que eran los representantes de las más importantes familias nobles del imperio y, finalmente los azadan, el resto de la nobleza irania.
En la sociedad sasánida también existían esclavos. Su nombre más habitual en las fuentes antiguas era el de ansahrig, cuya traducción al castellano sería la de <<extranjero>>, un dato este que nos ayuda a discernir cuál era la fuente más habitual de su abastecimiento, que no era otra que la captura de prisioneros durante los conflictos armados.
En época sasánida observamos diversas mejoras en la potencia militar persa. Sabemos, por ejemplo, que se perfeccionó la protección de los lanceros a caballo. Aunque el arma principal de estos contingentes seguía siendo la lanza.
Los sasánidas demostraron una gran habilidad en las técnicas de asedio, igualando en este aspecto a los romanos.
El trabajo de la tierra se veía como algo beneficioso por la religión zoroástrica, que consideraba, por el contrario, un pecado su descuido o abandono. Sabemos que los artesanos estaban mal vistos por la población zoroastriana, debido a la gran cantidad de estos que existía en época sasánida y al elevado número de cristianos y de miembros de otras minorías religiosas que se dedicaban a la artesanía y el comercio.
El zoroastrianismo nunca fue impuesto de forma obligatoria a los diversos pueblos que habitaban el territorio persa, que pudieron continuar ligados a sus respectivas creencias y rituales.